lunes, 6 de diciembre de 2010

Luisa Cáceres de Arismendi.




Photojob



Las manos tiemblan y el sudor resbala,
el ceño frunce unas lágrimas que no aguantan
el atrevimiento no pagado de escribirte, madre.

Los nervios de no caerte bien,
la cobardía de las letras,
tu soplo y tu cobija en mi sien
y tu abrazo en las eternas.

Los castigos en castillos no pudieron,
los odios de los traidores,
ni la peste ni las migraciones,
ni las falsas oraciones.

Las mujeres de mi patria ven el orgullo con tus ojos.
Yo veo en tus manos el vientre mismo del amor,
el calor de la revolución,
la acción del corazón.

Santa Rosa fue tu ciclo,
que ascendió tu alma en la dignidad de la República
y el cordón umbilical del continente.

Estás en futuro y presente,
en la siembra de la tierra,
en el olimpo de mis dioses reales
y en la tradición de mis padres ancestrales.

Cada mujer que llora
brota tus llantos,
cada hombre que nace
grita tu nombre,
cada patria que pare
te honra,
cada estrella del cielo
es una sonrisa que nos regalas.

Eres la gloria de la verdad
no inventada,
realidad
que en vida habrá de adorar
la advocación de la Madre en ti:
madre viva
de mi alma soberana.

¡Quién te deleite
con lo mejor de su alma
en consagración a tu honor,
se quedará corto, madre!


Engel Salazar Aguirre
06 de diciembre de 2010.

3 comentarios:

  1. Una mujer como pocas, que no la doblegó absolutamente nada!
    Una gran poesía para un gran alma!

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  2. Lindas y merecidas letras a una de las grandes que plantaron las semillas.

    Mis saludos

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  3. Preciosa y digna poesía a esta gran mujer sacrificada a todo sin ceder nunca ante el enemigo,,mis respetos a ella.

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